La hermenéutica bíblica en América Latina se está liberando de la hegemonía Norteamericana. ¿Pero dónde aterrizará? Mientras muchos eruditos de habla-hispana están coqueteando con la relatividad del pensamiento posmoderno, nosotros deberíamos reconocer que si no hay fundamentos que sostengan nuestra interpretación de la Bíblia, correremos el riesgo de caer en una desintegración total.
En cuanto al significado de los textos bíblicos, James Dunn argumenta que, la “objetividad antigua” no puede ser restaurada. No obstante, insiste que aún hay la posibilidad de “reconocer una firmeza en el significado percibido” lo cual previene que nuestras interpretaciones de la biblia “se desintegren en una subjetividad y relatividad completa.” Dunn propone una hermenéutica que incorpora la noción del consenso histórico (sensus communis = sensus fidelium). Es decir, una estrategia que lleva a cabo la interpretación bíblica en diálogo con la comunidad histórica de la fe.[1]
Antes de evaluar esta propuesta, analicemos la “objetividad antigua”, y el rechazo dialéctico de este paradigma en la generación actual.
El Modernismo proponía que la razón humana era capaz de lograr ciencia absoluta y cierta. Esta certeza se basaba en verdades auto-evidentes, las cuales pretendían llevarnos a conclusiones necesarias y universales. Estas verdades son hechos independientes de interpretación. Por ejemplo, en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, Thomas Jefferson escribió: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad.”
Otro ejemplo: en el ámbito Cristiano, muchos han propuesto que el origen divino del Canon también es una verdad “auto-evidente”. En su libro Canonical Theology (Teología Canónica), John Peckham asevera que los 66 libros del Canon, y solo estos 66 libros, tienen una autoridad intrínseca la cual es “arraigada en su naturaleza como revelación divina.” Esta naturaleza de origen divino es algo que cualquier hombre o mujer, con un poco de razón, fe, y fidelidad a “las reglas”, podrá reconocer. Peckham explica que “el reconocimiento del canon intrínseco requiere numerosas decisiones de fe, aunque no ciegas, apoyadas por interpretaciones, basadas en fe, de la data disponible.”[2] Peckham insiste que la autoridad del Canon no proviene de ninguna entidad humana, más bien los humanos solo pueden reconocer la autoridad inherente. Por lo tanto, el origen divino de estos 66 libros no es una creencia, es una verdad auto-evidente fundamental y universal.[3] Es un hecho que no requiere interpretación. La declaración de Peckham sería algo así: Sostenemos como evidente por sí misma dicha verdad: que todos los hombres son dotados por su Creador de ciertos textos; que éstos son los 39 libros del Antiguo Testamento y los 27 libros del Nuevo Testamento.
En consideración de estos dos ejemplos, un pensador posmoderno no disputaría la validez de las conclusiones en sí. El posmodernismo no se opone a la idea que debería haber igualdad entre todos los seres humanos, o que existe la idea de derechos humanos. Lo que el crítico posmoderno diría sobre la Declaración de Independencia es que estas verdades no son “auto-evidentes”, sino que (en la manera que están aquí sostenidas), se basan en una creencia: que hay un Creador que dotó a la humanidad con estos derechos.
De la misma manera, el pensamiento posmoderno, en sí, no se opone a la inspiración de la Biblia. Lo que el crítico posmoderno diría sobre la teoría de Peckham es que su insistencia en el origen divino de 66 libros canónicos tampoco es una verdad “auto-evidente”, sino una creencia basada en otras creencias.
El argumento fundamental del posmoderno (o no-fundacionalista) es que no existen creencias fundamentales que no sean dependientes del soporte de otras creencias.[4] Todo lo que creemos es una cuestión de interpretación. Es decir, no existen verdades “auto-evidentes”, sino más bien redes de creencias, basadas en interpretaciones, las cuales se sostienen entre sí.
Si analizamos más a fondo la teoría de Peckham, encontramos que su verdad auto-evidente del canon es susceptible de muchas preguntas que él no puede contestar. ¿De qué manera es universalmente auto-evidente que estos 66 libros exactos, y solo ellos, tienen un origen divino? ¿Es una cuestión de la razón humana que el Didajé o el libro de Enóc no contienen revelación divina? ¿Y si aseveramos que solamente hay 66 libros que tienen un origen divino, en varios casos tendríamos que aclarar ¿a cuál versión de estos libros hacemos referencia? Por ejemplo, hay dos versiones antiguas del libro de Jeremías, y ambas tienen fuerte atestiguamiento histórico. Entre los 1700 manuscritos antiguos que tenemos del evangelio de Marcos, se encuentra 9 versiones distintas del último capítulo. ¿Cuál versión es de origen divino? Si eso es algo “auto-evidente,” ¿cómo es que la mayoría de cristianos de habla hispana leen la versión con menor probabilidad de originalidad?
Peckham y los que sostienen “el modelo clásico” dirían que hay “reglas” que gobiernan la determinación del canon, y responderían a estas preguntas sobre la base de estas reglas. ¿Pero quién determinó estas reglas? ¿Ellas también son “auto-evidentes”? Al leer a Peckham, se observa que sus reglas son sostenidas por otras reglas, las cuales son sostenidas por otras reglas, etc. El regreso es infinito. Lo que pretendía ser una declaración sencilla, resultó ser un complejo de proposiciones tenues.
Mientras no querramos socavar la autoridad de la Biblia, simpatizamos con los pensadores posmodernos que rechazan el camino que Peckham pisa para llegar a sus conclusiones.
El posmodernismo ha desafiado la certeza del modernismo, y ha demostrado que frecuentemente nuestras fundamentaciones fundacionales no son tan firmes como habíamos pensado. Lo que se ha identificado como una “verdad universal” a veces resulta ser nada más que la interpretación de un grupo cultural, o un club teológico, siendo los Fundamentalistas el grupo más notorio.
Los pensadores evangélicos quienes no nos identificamos con el Fundamentalismo, estamos enfrentando un desafío: ¿Cómo podemos sostener nuestra confianza en el significado salvífico y universal del mensaje bíblico, sin quedarnos pegados al paradigma obsoleto del Modernismo? O a la inversa, ¿Cómo podemos afirmar las sensibilidades de la hermenéutica posmoderna, sin abandonar las bases de nuestra epistemología? Dunn había sugerido que la fundamentación fundacional de nuestra interpretación bíblica debería incorporar la noción de un consenso histórico. Y yo considero que allí está la clave.
El problema con el Modernismo es que nos lleva hacia un intelectualismo individualista. Si la verdad es “auto-evidente” y totalmente discernible por medio del uso de la razón humana, entonces ¿qué necesidad tendremos los unos de los otros? La propuesta Luterana del “sacerdocio de todos los creyentes” históricamente desde la hermenéutica bíblica ha significado que es una actividad que podemos llevar a cabo en aislamiento. Uno hubiera imaginado que todas las personas “razonables” que leían la Biblia habrían llegado a las mismas conclusiones. El hecho de que hay más de 33,000 denominaciones evangélicas en el mundo parece indicar que no es así.
La fuerza de la hermenéutica posmoderna es que afirma la validez de la diversidad de perspectivas. Esto es la pluralidad de la ciencia. No hay “verdades auto-evidentes” que vienen siendo la propiedad de un solo grupo privilegiado. Hay validez en una pluralidad de experiencias humanas. Y un desarrollo importante en el pensamiento posmoderno es que ahora se considera que esta pluralidad no se basa en perspectivas individuales, sino en interpretaciones comunitarias.
Una hermenéutica informada por el pensamiento posmoderno es una hermenéutica que reconoce las comunidades históricas y globales que han leído e interpretado la Biblia, y que toma en cuenta sus perspectivas en la formación del significado del texto bíblico. Lo que nos distingue de los pensadores posmodernos es nuestra creencia en la posibilidad de encontrar una unidad de interpretaciones. Ellos no creen en una base de ciencia. Insisten que lo único que existe es interpretación. Los Cristianos, en cambio, podemos sostener la idea de sensus fidelium, es decir, una doctrina universal e histórica basada en la auto-revelación del Dios que creó el universo.
La identificación de un consenso histórico está en el corazón de la idea de ortodoxia. En su famoso libro Orthodoxy, G.K. Chesterton explica que “La Tradición significa que incluimos los votos de la clase más solitaria de todas, nuestros antepasados. La Tradición rehúsa someterse a la oligarquía pequeña y arrogante de las personas quienes, por casualidad, se encuentran vivos.” Tenemos que leer la biblia en la compañía de una comunidad. Esta comunidad incluye hombres y mujeres de diferentes etnias, lenguas, niveles sociales, y naciones. Y esta comunidad incluye las generaciones que han ido delante de nosotros.
Cuando Juan quería explicar la sustancia de la proclamación Cristiana, no lo hizo en base de una “verdad auto-evidente.” Defendió el poder del evangelio sobre la base de la experiencia y el testimonio de una comunidad: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida —pues la vida fue manifestada y la hemos visto, y testificamos y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó” (1 Jn 1:1-2).
A través de un período de casi 2000 años, esta experiencia del “Verbo de vida” ha llegado a una pluralidad de la humanidad. La fe cristiana no es propiedad solo de un grupo privilegiado. Es la propiedad de toda mujer, hombre y niño, quien en el transcurso de la historia, ha tenido un encuentro con Jesucristo. Por tanto, cuando leemos la Biblia, tenemos que escuchar la voz polifónica de la Iglesia a través de los siglos. Y tenemos que escuchar la voz polifónica de la Iglesia global. Hemos venido de diferentes contextos históricos, diferentes naciones, culturas y niveles sociales, pero con una voz unida hemos afirmado que Cristo es Señor. Cuando estudiamos la manera en que los Cristianos han interpretado la Biblia a través de los siglos, no quiero decir que hemos estado de acuerdo en todo. Pero sí podemos reconocer “una firmeza en el significado percibido” concerniente a los textos bíblicos que son fundamentales para nuestra fe. Esto es lo que podríamos llamar un pluralismo ortodoxo.
Para responder a Peckham: Hemos llegado a tener un Canon bíblico no porque estos textos cumplen con “las reglas” que comprueban su origen divino. Los 66 libros de nuestra Biblia son los textos particulares que han resistido a la prueba del tiempo. En diferentes contextos históricos, regionales, culturales y sociales – estos son los textos que han tenido la mayor recepción como testigos fieles de nuestro Dios: su naturaleza, su carácter, su voluntad para la humanidad, y sus obras históricas. Es por eso que los reverenciamos.
Para mantener la certeza de nuestra fe en la época actual, nos toca afirmar el carácter histórico y diverso de la comunidad Cristiana. Nosotros los Evangélicos creemos en una verdad absoluta. Creemos que Jesús es Dios encarnado, y que Él es el único camino a la vida eterna. Creemos en el origen divino de la Biblia. Sin embargo, ya no podemos defender estas afirmaciones sobre la base de “verdades auto-evidentes.”Nuestra certeza se basa en el testimonio de una comunidad histórica que abarca prácticamente la pluralidad entera de la raza humana.
Yo no sé donde aterrizará la hermenéutica en América Latina. Mi esperanza es que podamos emplear un método de interpretación bíblica que valore una diversidad de perspectivas, mientras que honra la sustancia histórica del kerygma que hemos heredado.
- James Dunn, Jesus Remembered (Grand Rapids: Eerdmans, 2016), 96.
- John Peckham, Canonical Theology (Grand Rapids: Eerdmans, 2003), 39.
- Peckham, 72.
- Leron Shults, (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), 31.
Autor David Clark
David Clark es docente y Director de Investigación en el Seminario Sudamericano (SEMISUD) en Quito, Ecuador. Es Magister en Divinidad (MDiv) de Bethel University (EU), y Doctor en Teología Histórica (PhD) de Nottingham University (RU). Ha publicado 2 libros: The Lord's Prayer: Origins and Early Interpretations (Brepols, 2016), On Earth as in Heaven (Fortress Press, 2017), y numerosos artículos académicos.